Descripción del fuego.

Tengo un dolor de cuello increíble, estuve todo el día con ese malestar. Una incomodidad que tiene por causa a una noche de mal sueño y se alimenta de un pensamiento que recorre tantas vueltas que debilita el músculo encargado de sostener el cráneo. 

Pensamiento que se basa en una persona.

Parado en una esquina con resfriado desvanecido, vestido con una casaca que no es de gran ayuda contra el frío, algo de alcohol en la sangre pero aún dentro de los límites aceptados legalmente. Ahí estoy parado, esperando. He caminado tanto que los zapatos ya perdieron el brillo de la mañana al salir de casa. El polvo, la tierra y el lodo se encargaron de alejarlos de su esplendor matutino. Ojalá no sé dé cuenta. 

Espero 5 minutos, espero 10, aumenta a quince y se convierten en 20; creo que escuché por lo menos ocho canciones en el transcurso. Hasta que la vi salir. Desde la primera vez que la miré, ella tenía el cabello amarrado, una enredadera de cabello de esas que sólo hacen las mujeres sin necesidad de clavar su mirada en la actividad que realizan sus manos. Ella estaba sentada en una banca mirando su antiguo celular, al costado lateral derecho de un parque llamado "Libertad de Expresión" y ahora creo que el nombre quedó preciso y sería una clase de presagio acerca de la mujer que estaba por conocer.

Ya pasó algunos meses de ese día, pero a medida que los metros de distancia disminuían, me encontré de nuevo en esa noche recordando que nunca la vi a primeras de cabello suelto. Cruzó la calle acompañada de dos amigas, saludó a la distancia con la mano derecha mientras que con la zurda sostenía una carpeta de trabajo. La policía de tránsito paró a los autos con una barra de luz roja que meció con el brazo de un lado a otro indicando que se detuvieran, sigo pensando que ese gesto era innecesario; porque de verla, hasta el conductor más avezado hubiera parado su vehículo. Algo que es demasiado pedir en mi país.

Se encontraba en la misma acera y a pocos metros. Incertidumbre si camino e interrumpo la conversación para saludar o si espero a que termine, pensé. A pesar de lucir como un fantasma o un tonto parado en silencio, opté por lo segundo. 

Hablan de algo sobre un trabajo que no entiendo del todo, se despide y camina un paso por delante mío. Ella sabe que la seguiré y eso hago. Me pongo a su altura, mientras me doy cuenta que es una de esas mujeres que si desean te dejan caminar a su lado, pero más le vale a uno no demorarse en su andar porque si no, te adelanta. Posición de "pinguino incómodo" no te da chance de titubear un poco. 

Se disculpa por la demora, pero yo la inundo de supuestas posibilidades acerca de lo que pudo pasar allí dentro para que infiera mi comprensión y también suponga que no estaba enfadado en lo absoluto. No la veía hace mucho. Extrañaba ver a mi derecha su andar de espalda recta y rodillas disimuladamente relajadas por el cansancio, su mirada penetrante observando siempre al frente, su despreocupada forma de cruzar la calle, el cabello amarrado, los polos ligeramente escotados y los pantalones ajustados. Me da la impresión que lleva la misma casaca jean que tenía puesta el día que la conocí, o tal vez son modelos similares. No escribiré lo que hablamos, sería redundante, mejor escribo acerca de la forma en cómo habla. 

Y aunque ésta es la primera vez que escribo de ella, aún se me queda el aroma del perfume suyo con el cigarro fumado. Caladas y exhaladas de humo, que rozan su rostro, mejilla y la cicatriz de su ceja derecha, me alegra que el humo no se atreva a rozar el cuarto menguante a menos que ella lo expulse por su nariz. Su tono de voz, un mezcla de nicotina, bebida e innumerables nudos en la garganta causados por penas duraderas, de esas que todos tenemos al término de la adolescencia. Hoy supe que sus manos son suaves aunque ella lo niegue, también que son del mismo porte que las mías pero un poco más robustas. El esmalte algo desvanecido, la muñeca relajada haciendo elaborados movimientos en círculo para poner una lata de cerveza y un cigarrillo en sus labios. La utilidad de los pulgares opuestos y de la compatibilidad anatómica de ambos productos.

No puedo resistir luego de mirarla más de 30 veces, le pido que se suelte el cabello y la tonta se niega. Demonios. Así que retiro el collet de su cabellera y dejo que el aroma de su reacondicionador enerve cada alvéolo aún disponible en mis pulmones. 

Relajado, en paz, en buena compañía. Buscamos un lugar para sentarnos y ya había notado que su andar estaba debilitado. Es tan infernalmente encantadora con el cabello suelto y no sé si es por la oscuridad, pero no llego a encontrar el final. Son lianas eternas, caen al suelo y son tan negros que se confunden con la sombra, siempre la vi bajo la luz de la luna, siempre de noche y concluyo que es la mejor hora del día para verla a los ojos, a pesar de mi cansancio.

Al mezclarse con la oscuridad, se hace parte de ella. La sombra es parte de ella. Sombra que se encarga de esculpir una luna en su mentón. Tal vez Miguel Ángel, tal vez Bernini, pero esa escultura exacta fue echa por manos de un iluminado mientras estaba ella en vientre. 

Observo cómo cala el cigarrillo, y esa adicción es lo que no entiendo, sabiendo que me destruye por dentro lo sigo consumiendo; envuelto en papel blanco, el color de la pureza y lleva en el alma, lo negro. 

Sus ojos son especiales y por eso no me gusta verlos más de lo necesario, es como un reflejo. Sé que guardan algo, pero al igual que al caminar, aún no he cogido el ritmo necesario para saberlo. Sigo sentado ahí, sin apuro y meditando en silencio, vuelve su voz despertándome, alejándome de la interiorización que hacía pensando en ella, para volver y volver al frente de ella. Su cabello estaba en medio respecto a la cicatriz, continúa hablando, digo algo sin mucho sentido y la dejo continuar. Dice que ya es hora, es tarde y ella también tiene que volver. 

Su voz hace explotar mi cabeza volviéndola en una galaxia donde ella está en una nave espacial con combustible ilimitado que va hacía donde quiera. La dejo ante la puerta de su nave espacial, dónde cuando ya no la veo, se pone cómoda, enciende el motor y empieza a recorrer, yo la dejo hacerlo. 

Bajo todos los muros y me volvería el chico de la gasolinera por algún tiempo.

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