Yo, el otro.

Solo quiero subir al techo a ver el desastre, bajo la luz de la luna gigante. 

Últimamente me paro repitiendo a mi mismo y cuestionándome acerca de cómo otra gente opinaría de las cosas que hago. Conjeturo los comentarios, gestos, pensamientos intrínsecos y también sus percepciones o sentimientos evocados, todo para llegar a la misma conclusión cada vez: No me interesan sus opiniones. 

Dialogo mentalmente con personas sin dialogar con ellas. Solo imagino sus respuestas a cosas que yo ya sé la premisa. Normalmente solo imagino que dicen comentarios negativos y a su vez, al momento de hablar, me predispongo a que voy a obtener esa reacción. Y en muchos casos, las obtengo. 

Vengo manejando estos últimos meses de la mejor forma. A este paso, ya cualquiera hubiese perdido la cordura o hubiese dejado de creer en sí mismo para volver a caer en sus viejos vicios. Que ni si quiera llegaron a ser vicios en el primer intento, pero conforme pasaron las repeticiones, el hábito se hizo más arraigado y el desbalance más frecuente. ¿No es esa acaso la definición de vicio?

¿Ya habré perdido la cordura y no me di cuenta? En el reflejo veo una concepción de mí que no sé si me pertenece. Cepillo mis dientes pensando que se los estoy cepillando a otra persona, incluso trato de agradar a otras encías con movimientos diferentes a los que solía hacer, creo que por ello en las últimas semanas estoy demorando más tiempo en cepillarme. Porque también pienso en lo que pensará mi dentista la próxima vez que vea mi dentadura.

Cambié muy rápido de apariencia. Una mañana me desperté desenredando mi larga cabellera y lavando cada parte de mi cabeza con detenimiento y contemplación; y por la noche estaba reordenando cabellos cortos que no los sentía propios. Todos dicen que me veo mejor de cabello corto, y los que no lo dicen, lo asumo. Porque también pienso en lo que pensará de mi apariencia la siguiente persona que me vea.

Desde mi cuello cada vez más contracturado, emanan movimientos toscos y hasta a veces involuntarios, para obtener un sonido placentero que proviene de tronar cada músculo perteneciente. Rapidez y contundencia que hicieron su aparición desde que asumí responsabilidades que carecen de sentido. Responsabilidades que asumo que nadie entiende ¿O yo dejé de entender el propósito? Porque nadie me apoya en lo que decido o quizás le doy más importancia de la que merece intentando que funcione. Que alguito funcione en mi vida. Porque también pienso en cómo los otros decidirán a futuro y sé que no lo harían igual de bien que yo, porque nadie se interesa tanto por la vida de otros como yo, ¿Cierto?

Hago poca música en los últimos meses, casi no encontré el tiempo o quizá no quería encontrarlo porque ponerme delante de un instrumento es enfrentar un temor personal, el carecer de constancia. Hubieron momentos sensibles en los que no la tenía y cada vez que deseo tocar algo, me encuentro con la misma rutina de que no importa cuán a la mano esté un instrumento, siempre sucede que está empolvado y no fue tocado hace semanas. Con el trapo de la vergüenza remuevo el polvo de la inconstancia que me permite notar que no doy notas certeras por falta de práctica, que mi precisión ha decaído. Porque también pienso en cómo mis compañeros de banda me verán al saber que no aprendí ningún acorde nuevo en casi dos años de pandemia, que vengo repitiendo lo mismo y que quizá en dos años, toque menos de siete veces. 

Quisiera escribir algo por compromiso para satisfacer a todos los que lean esto, porque también estoy pensando si algún día lo leerán. Pero no puedo complacer a todos cuando ni siquiera estoy complacido yo mismo. Complacerme es algo que no hago hace mucho, porque dejé de decidir para lo que yo creo y decido bajo las creencias de los otros que considero. 

¿Pienso mucho en el otro y no considero cuando es que deja de existir el otro para empezar el yo? Quizá pasó que el otro invadió y se apoderó de mí y yo dejé de existir para que vea al otro en mi reflejo, para que lo vea al cepillarme, al bañarme, al tocar piano o al decepcionarme.

Quizá pasó que, cuando veo a través de mis ojos, veo a través de los ojos de otros y que mi criterio no me pertenece ni tampoco mis ideas.

No dialogo mentalmente con ellos porque no necesito hacerlo. 

Porque yo me convertí en el otro y cuando los otros hablan, yo espero y especto.

Mi yo vive aburrido, olvidado y escondido en un rincón, queriendo tener el control del otro que ya lo controló, y que cuando me miro a los ojos, le veo con el trapo de la vergüenza tratando de sacarse el polvo de la inconstancia de sus hombros.

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